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22 de diciembre de 2025
POLÉMICA

Astillero de luces y sombras: el puerto marplatense entre la claudicación industrial de Contessi y el rigor camporista

Mientras el emblemático Astillero Contessi desvirtúa su función productiva transformando una nave industrial de última generación en un salón de eventos, el Consorcio Portuario profundiza un clima de hostilidad administrativa. Entre la falta de barcos en las gradas y las denuncias de disciplinamiento político encabezadas por la gestión de Julia Gasalla, el corazón productivo de la ciudad se debate entre el oportunismo comercial y la supervivencia bajo presión.

Astillero de luces y sombras: el puerto marplatense entre la claudicación industrial de Contessi y el rigor camporista
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El puerto de Mar del Plata asiste por estos días a un espectáculo tan inmersivo como preocupante, aunque no precisamente por la calidad de las proyecciones digitales que ahora decoran el Astillero Contessi. La decisión de la firma de alquilar su nave industrial más moderna, inaugurada hace apenas un año para la construcción de buques pesqueros, para la realización de una muestra cultural, marca un punto de inflexión en la identidad del sector. La empresa parece haber arriado las banderas de la producción para incursionar en el negocio del entretenimiento, ocupando un rol que no le es propio. Así, la firma abandona su perfil industrial para improvisarse como centro cultural, una intrusión que castiga a espacios como Bendú, cuya estructura e inversión fueron diseñadas específicamente para el profesionalismo del entretenimiento.

Esta mutación funcional no es un hecho aislado, sino el síntoma de una claudicación: mientras los martillos callan y los contratos desaparecen, los empresarios que supieron ser pilares del puerto hoy prefieren las luces de la escena a las chispas de la soldadura, incluso después de haber cerrado la histórica conservera Marechiare hace apenas semanas.

La "vocación industrial" que el propio Vito Contessi intenta rescatar en sus redes sociales, donde confiesa tener sensaciones encontradas al ver su nave vacía, choca de frente con la realidad de un predio que debería estar generando empleo genuino en las gradas y no vendiendo tickets para experiencias tecnológicas. El hecho de que una estructura diseñada para la soberanía naval termine convertida en un anexo de la productora de Pablo Baldini es una señal de alarma para el entramado productivo local. ¿Cuál es el límite de la reconvención empresarial? ¿Es lícito que un espacio concesionado con fines industriales estratégicos se transforme en un centro cultural mientras el sector pesquero atraviesa una de sus crisis más profundas? La respuesta parece diluirse en una zona gris de permisos y conveniencias que cuenta con el aval, por acción u omisión, de las autoridades portuarias.

En este escenario de desvío de fines, la figura de Julia Gasalla, Gerenta de Explotación y Marketing del Consorcio Portuario, emerge como la mano ejecutora de una política de control que tiene en vilo a los permisionarios. Mientras se permiten excepciones recreativas en los astilleros, el resto de los actores del puerto denuncia un clima de asfixia administrativa y maltrato cotidiano. Según trascendidos que recorren los muelles, el accionar de Gasalla respondería a una lógica de disciplinamiento político dictado por la estructura de Fernanda Raverta y Pablo Obeid. La incertidumbre sobre la continuidad de permisos de uso y los cambios arbitrarios en las exigencias de inversión son leídos por los empresarios históricos como una táctica de pinzas: por un lado, la presión económica; por el otro, la intimidación burocrática de una funcionaria que parece manejar información de inteligencia sobre cada movimiento en la banquina.

El puerto se ha convertido en el campo de batalla de una interna peronista feroz, donde La Cámpora busca consolidar su último bastión territorial de cara al 2027. En esa carrera, la previsibilidad económica es la primera víctima. El contraste es brutal: por un lado, el silencio de las máquinas en Contessi y su reconversión al mundo del espectáculo; por el otro, la "voracidad" administrativa de una gestión que, lejos de incentivar la industria, parece más interesada en filtrar quiénes son los amigos y quiénes los enemigos del proyecto político dominante. La pregunta que flota en el aire pesado del puerto es hasta cuándo se podrá sostener este doble discurso donde se celebran 25 años de gestión institucional mientras, puertas adentro, se desmantela el tejido productivo en favor de la caja política y la supervivencia partidaria.

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