Mientras afuera, en las calles y en las redes, se habla de futuro, adentro apenas se administra el presente. Con órdenes del día escuálidos y sin grandes debates, el Concejo Deliberante de General Pueyrredon se convierte, en plena recta final de campaña, en una escribanía de lo mínimo necesario.

El Concejo en modo campaña: comisiones livianas y expedientes en piloto automático

Las comisiones que sesionaron este 1° de septiembre reflejan con nitidez la inercia política del recinto. En Movilidad Urbana, expedientes casi calcados sobre el recorrido de la línea 523 dejaron en evidencia tanto la falta de coordinación opositora como la confusión burocrática: encabezados mal redactados, dudas sobre qué trataba cada expediente y, finalmente, la solución de compromiso de apilarlos todos en un único PDF. La agenda de transporte, tema sensible en barrios como Parque Hermoso, Valle Hermoso o la conexión entre Batán y el Puerto, quedó reducida a un trámite administrativo, sin discusión de fondo sobre la precariedad estructural del sistema.

En Legislación, sobresalieron la donación de lotes fiscales a familias del asentamiento N° 12 y cambios de zonificación. No obstante, el órden del día tuvo solo cuatro ítems. Liviano, y con reconocimientos culturales. Una foto más de cómo la política local evita morder los temas incómodos en plena campaña.

La cosa no mejora si se mira lo que viene. La Comisión de Educación convocada para mañana tiene, hasta ahora, un único expediente: un pedido de informes sobre el Programa Preventivo de Bullying, Grooming y uso de redes. Un tema sensible, sí, pero presentado como trámite rutinario y no como debate político de fondo.

El patrón se repite: comisiones con órdenes del día raquíticos, expedientes menores, gestos administrativos más que discusiones legislativas. El Concejo se diluye en su propia parálisis mientras concejales y bloques están más pendientes de la rosca de campaña que de la agenda institucional.

En definitiva, el cierre de campañas fagocitó al Concejo. Las comisiones funcionan como espacios para que nada estalle y todo siga en orden, con el mínimo movimiento posible. Nadie quiere abrir frentes ni discutir en serio. Así, los vecinos siguen esperando soluciones de fondo mientras los concejales ajustan discursos, caminan barrios y se sacan fotos de campaña. El Concejo, mientras tanto, late en ritmo agónico: bajo, tenue y casi imperceptible.

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