23 de agosto de 2025
7 DE SEPTIEMBRE
Mar del Plata, entre el catálogo de boletas y la pérdida de confianza
Con 16 boletas en el cuarto oscuro, General Pueyrredon enfrenta un escenario donde la sobreoferta electoral se convierte en ruido más que en opciones. En 2023, la participación cayó al 72,1%, el piso más bajo desde el retorno de la democracia. El riesgo ahora es que la multiplicación de sellos no incentive el voto, sino que lo espante.

La foto de la campaña en Mar del Plata tiene un contraste difícil de digerir: mientras los partidos se felicitan por haber inscripto 16 listas para competir el 7 de septiembre, la ciudadanía parece cada vez más lejos de la política. La “inflación de boletas”, lejos de representar pluralidad, es vista por muchos votantes como el reflejo de una dirigencia que se reproduce en sellos sin proyecto, pero no logra generar confianza ni interés.
Los datos hablan por sí solos. En las generales de 2023, la participación en General Pueyrredon fue del 72,1%, el nivel más bajo desde 1983. Eso significa que de un padrón de, en ese momento, 588.856 electores, apenas 425.025 personas se acercaron a votar. Es decir, más de 160 mil marplatenses se quedaron en sus casas.
La tendencia no es solo local. En las últimas elecciones en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires (CABA), la participación cayó al 53,33%, un récord negativo. Asimismo, en provincias como Santa Fe, Chaco o Jujuy, la concurrencia también estuvo por debajo de lo esperado. Lo que antes se canalizaba como “voto bronca” en blanco o nulo, hoy directamente se traduce en ausentismo.
En este contexto, la proliferación de boletas puede convertirse en un búmeran. Con 16 opciones en el cuarto oscuro, la sensación para el ciudadano es que la política se multiplica hacia adentro pero no ofrece salidas hacia afuera. Lo que debería ser una muestra de diversidad democrática corre el riesgo de ser percibido como circo electoral, con partidos que se suman a la foto sin chances reales de cruzar el 8,33% que define bancas en el Concejo Deliberante.
La paradoja es que, con menor participación, el umbral para entrar se vuelve más bajo: en 2023, con poco más de 400 mil votantes, una fuerza necesitaba apenas 33.300 votos para asegurarse un concejal, casi la mitad de lo que representaría con padrón completo. Es decir, la abstención reconfigura el valor del voto y abre ventanas inesperadas para terceras fuerzas. Pero esas oportunidades surgen sobre un terreno de apatía, no de entusiasmo.
El trasfondo es claro: la política local parece más concentrada en cómo acomodar boletas que en cómo volver a entusiasmar a una ciudadanía que ya no cree que el voto cambie nada. Las elecciones del 7 de septiembre no solo medirán el poder de Montenegro o Raverta, ni la supervivencia de sellos menores: serán un test de cuánto margen le queda al sistema antes de que la desafección se transforme en norma.
El verdadero dato de la elección puede no estar en quién entra o sale del Concejo, sino en la cantidad de marplatenses que elijan no entrar al cuarto oscuro. Porque si el voto deja de importar para la gente, los ganadores ya no importan para nadie.