Mar del Plata fue símbolo del “No al ALCA” y de la fuerza de una región unida. Veinte años después, ese impulso se diluyó entre nuevos liderazgos y alianzas cambiantes.
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Hace dos décadas, Mar del Plata se transformó en el centro del mapa político mundial. En noviembre de 2005, la ciudad fue sede de la IV Cumbre de las Américas, un encuentro que marcó un antes y un después en la historia continental. Allí se “sepultó” el Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA), se redefinieron las relaciones internacionales del hemisferio y emergió una nueva generación de liderazgos latinoamericanos.
A veinte años de aquel episodio, el contraste con el presente no podría ser más elocuente. La geopolítica americana vivió entonces un punto de inflexión decisivo. Mar del Plata se convirtió en el epicentro de un enfrentamiento político que redefinió las relaciones hemisféricas durante la década siguiente.
La Cumbre, convocada bajo el lema “Crear trabajo para enfrentar la pobreza y fortalecer la gobernabilidad democrática”, se transformó en el escenario donde se libró la batalla final por el ALCA. El resultado no fue una mera formalidad diplomática: se trató de un rechazo histórico al modelo de integración impulsado por Estados Unidos, y marcó el ascenso de la llamada “marea rosa”, la nueva izquierda latinoamericana.
La presencia de los entonces 34 jefes de Estado, incluido George W. Bush, garantizó la trascendencia del encuentro. Sin embargo, el verdadero pulso político no estuvo en la agenda sobre empleo, sino en el futuro del ALCA, un proyecto que llevaba más de una década de negociaciones. Washington, con el respaldo de Canadá, México y Chile, buscaba fijar una hoja de ruta y una fecha para concretar el acuerdo, considerado clave para la expansión de su influencia económica y política en la región.
Frente a esa visión se alzó un bloque de resistencia firme, encabezado por el anfitrión Néstor Kirchner y el venezolano Hugo Chávez. Para ellos, y para la ola de gobiernos progresistas que emergió en Sudamérica, el ALCA representaba una extensión del Consenso de Washington y una profundización de las políticas neoliberales que habían provocado desempleo, desigualdad y fragilidad económica. Su argumento fue contundente: un tratado de libre comercio sin contemplar las asimetrías regionales solo serviría para perpetuar la dependencia y destruir las industrias nacionales.
El clímax político se produjo a puertas cerradas, cuando la falta de consenso se volvió insalvable. Mientras Bush insistía en avanzar, Kirchner, Chávez, Lula da Silva y Tabaré Vázquez bloquearon cualquier intento de fijar una fecha para reactivar el ALCA. El resultado fue su parálisis definitiva. La Declaración de Mar del Plata, documento final de la cumbre, evitó mencionar el libre comercio panamericano y puso el foco en el “trabajo decente” y la “equidad social” como pilares de la gobernabilidad democrática.
Pero la historia no se escribió solo en los salones del Hermitage. En las calles de una ciudad militarizada, se gestó la llamada “Cumbre de los Pueblos” o Anti-Cumbre, que reunió a movimientos sociales, sindicatos, organizaciones de derechos humanos y partidos políticos. Su acto central tuvo lugar en el estadio José María Minella, donde miles de manifestantes expresaron su rechazo al libre comercio y a la presencia de Bush. Allí, Hugo Chávez pronunció su célebre “¡ALCA, ALCA... al carajo!”, frase que se convirtió en símbolo del espíritu de resistencia que atravesaba la región. La participación de Diego Maradona amplificó el mensaje y le dio al encuentro un tono popular y emotivo, proyectando a Mar del Plata al escenario global.
La Cumbre significó mucho más que la suspensión de un tratado comercial. Representó el giro geopolítico de una América Latina que decidió buscar su propio camino. Al rechazar el modelo propuesto por Washington, los países del sur abrieron paso a nuevos proyectos de integración con sello regional. En los años siguientes surgieron la UNASUR, como foro político sin la presencia de Estados Unidos y Canadá, y el ALBA (Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América), impulsado por Venezuela y Cuba, basado en la solidaridad y la complementariedad económica. Ambas iniciativas reflejaron la voluntad de independencia y la búsqueda de soberanía frente a las recetas neoliberales.
Mar del Plata fue mucho más que una sede: se convirtió en el símbolo de un momento en que América Latina se atrevió a desafiar el orden establecido y apostó por una voz propia. El “No al ALCA” quedó grabado como el epitafio del Consenso de Washington y el punto de partida de una década de integración y tensiones ideológicas.
A 20 años de aquella escena, el panorama es muy diferente. La UNASUR se desarticuló, el ALBA perdió protagonismo y los gobiernos progresistas ya no tienen la fuerza de antaño. El presidente Javier Milei mantiene una afinidad ideológica con su par estadounidense, Donald Trump, y llegó a afirmar que “los argentinos desperdiciamos la oportunidad de nuestras vidas cuando nos opusimos al ALCA”. Aun así, el legado persiste como una lección de unidad regional, recordando que en 2005 América Latina se atrevió a decirle “no” al poder más grande del mundo.