La política marplatense se adelanta. Mientras la ciudadanía mira de reojo las elecciones nacionales de octubre, en el Concejo Deliberante de General Pueyrredon ya se respira el aire renovador del 10 de diciembre. La sexta sesión del Cuerpo no fue la habitual sinfonía de expedientes y formalidades; fue, más bien, un pulso de poder ácido y una revelación de lo que será el reparto de cartas a partir de la próxima conformación legislativa.
El protagonista excluyente de la tarde fue el radicalismo. Despojado de toda timidez postelectoral, el espacio que enarbola la bandera de Nuevos Aires decidió mostrar las garras y recordarles a todos quién tendrá la llave del equilibrio. La Unión Cívica Radical (UCR), de la mano de sus flamantes dos bancas ganadas y el tácito "adiós" al "contrato de gestión" con el PRO y la Coalición Cívica - ARI (CC–ARI), ya se sabe con cuatro concejales propios. Y ese número, en un recinto que se perfila 10 a 10 entre oficialismo y oposición, es lo que separa a un gobierno de la parálisis.
La exhibición no pudo ser más clara. El radicalismo se unió a la oposición para empujar la preocupación por el Régimen de la Zona Fría, obligando al Ejecutivo a moverse y al Concejo a manifestarse. Fue un gesto simple, pero cargado de veneno: le pasaron por encima al oficialismo, acostumbrado a la mayoría automática, en un tema sensible para la ciudad.
Otro momento preponderante políticamente se produjo con el debate sobre la actualidad de las personas con discapacidad y el accionar del Gobierno Nacional. La propia Marina Sánchez Herrero, presidenta del Concejo y dueña del sillón que hoy cotiza en bolsa, bajó de su estrado para hablar desde su banca. Un acto que es mucho más que una simple opinión: es la demostración de que el poder real no reside solo en el martillo, sino en lo que viene. Hoy por hoy, la presidencia pertenece a la UCR, y el propio espacio se sabe decisivo en la elección del siguiente mandatario del cuerpo legislativo.
Mientras tanto, el oficialismo, ese combo de PRO, Coalición Cívica -ARI y los nuevos aliados de La Libertad Avanza, optó por el camino menos digno: el silencio y la abstención. Un oficialismo acostumbrado a la mayoría automática y a que le aprueben sin chistar, mostró su primer signo de debilidad. En un tema tan crucial como la Zona Fría, se escondieron bajo la manta del "no opino", evidenciando que les han torcido el brazo y les han quitado el aire. La mayoría ya no es un derecho divino, sino una negociación diaria. Y a partir del 10 de diciembre, cada proyecto, cada expediente será discutido en cada comisión y en cada sesión.
Del otro lado, la oposición “se anotó una victoria”, pero no sin mostrar sus ya clásicas grietas de manual. En lugar de celebrar la conquista conjunta en el tema Zona Fría, las concejalas Valeria Crespo (UP) y Eva Ayala (AM) se dedicaron a marcar territorio: "este proyecto es de mi bloque", "es de mi autoría". Una mezquindad que, si bien es habitual en la política, demuestra que la oposición puede sumar votos, pero aún no logra sumar la visión común. El ego sigue siendo su obstáculo más grande.
La sexta sesión fue el ensayo general del Concejo que se viene. Los cuatro votos radicales son la balanza que decidirá el destino de cualquier proyecto, desde una ordenanza hasta el presupuesto. Y si bien la próxima cita con las urnas es en octubre, la clase política local, con su habitual y corrosiva ambición, ya puso la mira en 2027.
La lucha es feroz, la interna es despiadada y la "unidad peronista" sólo existe en los más incrédulos. El Concejo Deliberante dejó de ser un órgano de debate para convertirse en una calculadora de bancas, donde cada actor, esté adentro o aspire a estarlo, mide su fuerza y afila sus cuchillos para la próxima batalla. El 10 de diciembre no es un cambio de concejales, es el inicio de la guerra por el poder.